Cuento con valores: El gato cansado

EL GATO CANSADO
Los gatos, grandes cazadores, tienden a alimentarse de presas más débiles, y su agilidad hace que no pasen hambre en todo el año, aunque se trate de gatos solitarios. Los ratones son sus principales víctimas, ya que a pesar de las grandes velocidades que estos pueden alcanzar, su pequeño tamaño les convierte en una presa fácil para los gatos. Precisamente, sabedor de todo aquello, vivió una vez un gato, conocido entre sus secuaces por tener siempre la barriga muy grande y llena. Pero el gato fue cumpliendo años, y con el paso del tiempo, se daba cuenta de que su agilidad ya no era la de cuando era joven, ni sus ganas de correr de acá para allá eran tampoco las mismas. Ya no podía perseguir a los ratones con la misma facilidad, y poco a poco, fue convirtiéndose en un gato callejero apostado en una esquina con hambre y aterido de frío.
A los viandantes que se cruzaban con él se les llenaban los ojos de lágrimas, y muy compadecidos por su estado, se fueron haciendo amigos de él, incluso algunos ratones con el corazón lleno de amor y de solidaridad.
Sin embargo, uno de aquellos ratones que se encontraba por las cercanías, y que le observaba día tras día, no terminaba de confiar en él ni de creer que el hambre le hubiese apaciguado también su frío corazón. Un día, surgió una disputa entre dos pájaros ante la aparente mirada impasible del gato. El ratón, que observaba la escena sin perder detalle, estaba convencido de que el gato se lanzaría hambriento sobre los dos pájaros, y de este modo, todo el mundo descubriría las verdaderas intenciones del gato.
El gato, aproximándose a la rama del árbol desde la cual vociferaban los pájaros, dijo:
- No os peléis. Confiad en mí e intentemos arreglar vuestro malentendido.
Efectivamente, y como temía el ratón, el gato parecía cercar cada vez más a los pobres pájaros con la intención de lanzarse sobre ellos. Ya no era un gato cazador, y los años, le conducían a vivir de ocasiones fortuitas y desesperadas.
El ratón, contemplando la lastimosa escena, llamó la atención del gato con un agudo silbido y libró a los pajarillos de su destino. Pero ya no podía ver a aquel gato cansado con los mismos ojos, y decidió acompañarle en la distancia hasta el fin de sus días.
Fábula corta: El dinosaurio torpón

El dinosaurio torpón
Existió una vez un dinosaurio, apodado Dino, que era tan grande como un castillo. A pesar de su tamaño Dino era un dinosaurio bueno y muy feliz, y amaba tanto a la naturaleza que era absolutamente incapaz de hacerle daño ni a un molesto mosquito. Se pasaba el día tan alegre que saltaba y danzaba por doquier animando a cuantos pasaban a su alrededor.
Sin embargo, un día ocurrió un accidente terrible. Dino, en uno de sus joviales paseos, pisó sin querer, con su gran pie, una preciosa flor que había junto al camino. La bella flor no pudo soportar la fuerza de aquella pisada, y aquel terrible accidente supuso el fin de la alegría para Dino. A pesar de que todos le animaban diciéndole que había sido un percance desafortunado y que podía haberle pasado a cualquiera, Dino no se consolaba y no se perdonaba a sí mismo el no haber estado más atento.
De esta forma, Dino se sentía cada vez más triste y desolado, y sus vecinos que le querían mucho, no podían aguantar aquella situación. De manera que decidieron tramar un plan para acabar con la tristeza de Dino, pero no eran capaces de dar con él.
Hasta que un día a un saltamontes se le ocurrió lo siguiente:
- Tal vez la solución sería que Dino caminase de un lado a otro dando saltos y cabriolas, como a él le gusta. De esta forma, no podrá hacer daño nunca a nadie más- Exclamó orgulloso de su idea.
Y tenía motivos para estar orgulloso, ya que a todos les pareció una fantástica idea, incluso al mismísimo Dino que, a partir de entonces, fue de acá para allá saltando y bailando siempre, y con muchísimo cuidado, de puntillas. Y de esta sencilla forma, Dino recuperó su alegría y se reconcilió con la naturaleza a la que tanto quería.
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